El momento de Keith


Recientemente he hablado de mi gran experiencia en el festival del KobetaSonik y también la grata sorpresa en el descubrimiento del Gospel. Y no quería dejar en el olvido el que ha sido otro de los momentos especiales de este año en el plano musical. Es el turno de hablar de Keith Jarrett.

Con su nombre lo digo todo. Es un genio, un virtuoso, un excepcional compositor e improvisador. Tiene discos que son auténticas joyas del Jazz.

Hace unas semanas tube la oportunidad de presenciar una de sus actuaciones en directo. Impresionante.

Aprovechando unas pequeñas vacaciones en San Sebastián adquirí una entrada para su concierto, justo en el único día que coincidía con el festival Jazzaldia. En esta ocasión el motivo del viaje no era el evento musical, ya que un principio no estaba previsto, sino que era descansar y hacer un poco el turista. Pero en un remalazo de última hora me decidí en apuntarme a este concierto, de las últimas entradas que quedaban. Además, era la primera vez que pagaba por asistir a un concierto de Jazz. Muy caro, como no podía ser de otra forma. Por decirlo alguna manera era una apuesta segura, uno de los grandes. Pero, sobradamente, Keith se encargó de devolverme el precio con una soberbia actuación.

Sólo entrar en el nuevo auditorio de San Sebastián a uno se le iluminan los ojos. Con forma de moderno cubículo de cristales por fuera y decorado de madera por dentro, es algo grandioso y espectacular, precioso. Aunque tengo que reconocer que mi experiencia en auditorios es nula, por lo que hasta este punto era fácil de convencer.

Llegué pronto y ya en la butaca tocaba esperar que entrara todo el mundo y que se iniciara el concierto. Y no paraba de entrar gente. Ya calculaba que había un buen número de personas, pero más tarde me confirmaron que la capidad era de unas ¡1800! Todas ellas para ver a un pianista.

Y llega la hora, anuncian los nombres de los músicos. A Keith lo acompañaban Gary Peacock al contrabajo y Jack DeJohnette a la batería, conmemorando en esta gira los 25 años de la formación de este trío. Se apagaban las luces completamente dejando unos pequeños focos para los músicos. En ese preciso momento, sin que todavía pasara nada, me emocioné. Sentí que iba a empezar uno de esos momentos especiales.

Y así fue. El concierto fue una exhibición tanto de Jarrett como de sus dos extraordinarios acompañantes. Disfruté muchísimo de esta sesión de Jazz. Y no sólo yo, sino que todo el público se desató en aplausos al finalizar el recital. Aplausos que se prolongaron como yo nunca había visto en infinidad de conciertos. Obligando a los músicos a alargar sus saludos y salir varias veces al escenario. Con una ronda de bises de por medio que la gente agradeció con una nueva obación y obligando a Keith a salir de nuevo a la palestra y deleitarnos nuevamente con otra canción de añadido.

Pero la magia de Keith no se acaba en su enorme talento musical. Este tipo tiene algo que lo hace especial, por eso es tan grande. Consigue crear una atmósfera increíble, en la que se genera una inmensa intimidad entre él y tú, te olvidas que estás rodeado por cientos de personas y la conexión que consigue tener contigo es total, incluso te olvidas del resto del mundo. Tienes la sensación que es una sesión privada, que está tocando para ti. Que por eso se puede permitir el lujo de tocar muy flojito, muy suave, como susurrando a tus oídos. Sí, susurrando. Porque no toca el piano, habla a través de él. Te transmite emociones, sentimientos y sensaciones.

Una bella experiencia fuera de lo habitual. De esas especiales, de esas que busco para vivir algo que me eleve por encima de todo. Y, en esta ocasión, con Keith he conseguido uno de esos momentos.