1, 30, 10.000

Podrían ser tres números aleatorios, cogidos al azar. Pero no lo son. Algún significado, que no oscuro, tienen; así como algo en común.

No soy muy dado a celebraciones, ni a recordatorios, ni a fechas señaladas y tampoco me atraen demasiado destacar números redondos. Pero como estas tres cifras más o menos coinciden en el tiempo hablaré de ellas. Tal vez podría haber escogido otras, pero hoy tocan éstas.

Uno. Celebración. Un año de este blog, tal día como hoy. Una pequeña aventura que surgió de la idea de hacer algo creativo, a la vez de tener un modo de expresión, de darme la posibilidad de hablar de diferentes temas, desde lo más anecdótico y banal hasta lo más íntimo y trascendente. O: del cielo al infierno, como dije el primer día. Y permitirme, de vez en cuando, ejercitar el noble arte de la escritura, en desuso en nuestros tiempos, aunque para mi puede llegar a ser una pasión.

Y desde aquella primera entrada en el blog recién creado en cierto modo he ido perdiendo la vergüenza, bloggerilmente hablando se entiende. Cada vez me ha ido costando menos hablar en este espacio público. Aunque todavía queda bastante timidez propia...

Era una pequeña idea, sin más pretensión que las que he comentado. Pero una año después me sorprendo a mi mismo que todavía dure el curioso invento, que haya tenido la continuidad, la persistencia necesaria para mantenerlo en marcha. Pero, sobre todo, que todavía me ilusione y siga teniendo ganas de escribir aquí.

Mirado de manera objetiva, desde fuera, no sé que resultado habrá dado esta singular historia sin pies ni cabeza, que aspecto tendrá el monstruo engendrado mirado desde otra perspectiva diferente a la de mis ojos. Pero yo me siento satisfecho por haber podido hablar de lo que me apetecía, como y cuando quería. Y si algo me deja un poco de regusto amargo tal vez es la falta de tiempo. Tiempo para poder escribir más, para contar más historias, para expresarme más, para divertirme escribiendo durante más ratos. Pero, el tiempo, ese valuoso y escaso recurso...

Diez mil. Curiosidad ahora, a nivel de anécdota. Justo en el día de hoy he alcanzado esta cifra en el número de canciones escuchadas desde que me registré en Last.fm, hará un año y medio. Evidentemente, escuchadas desde mi ordenador; ya que si se pudiera contabilizar de algún modo todo lo que escucho en el reproductor de mp3 igual estaríamos hablando del doble o el triple de reproducciones tranquilamente.

El caso es que haciendo balance del año en cuestión que hoy estoy celebrando, no podía faltar el toque musical. La banda sonora de mi vida, como suelo decir. Al igual que escribir, escuchar música es una de mis grandes pasiones. Pero a diferencia de la escritura, la música está todavía más presente en mi vida, es más fácil que me acompañe en el día a día, sin yo tener ningún esfuerzo.

Es una cantidad ingesta de canciones, cientos de discos y de artistas. Disfruto de la música, conociendo sus múltiples y variadas posibilidades, buscando siempre cosas nuevas, no permancer o conformarme con lo que tengo sino ir evolucionando a partir de la base de lo que conozco y me gusta; encontrando esos sonidos, esas atmósferas, esas emociones y esos sentimientos que a uno le hacen sentir vivo.

Pero en este último año algo ha cambiado al respecto. Más o menos ya lo sabía, pero al final lo he reconocido y he sido consciente plenamente de ello. La música siempre me acompañaba allá donde iba, siempre. Pues, hay momentos en los que no disfruto de la misma. Dicho de alguien que acaba de decir que disfruta de la música suena algo raro. Son esos momentos en los que haces otras cosas, como leer, trabajar, intentar conciliar el sueño, escribir o simplemente andar divagando con los pensamientos de uno mismo. Entonces la música es un aislante, una barrera para el mundanal ruído. Tiene esa función y no la estás disfrutando.

Cuando se llega a la conclusión que todo eso que hacemos realmente no requiere de ese aislante, que lo externo no molesta tanto, que podemos dedicar toda la atención a esa actividad que estamos haciendo, no nos hace falta unos tapones en los oídos. Conseguimos no desperdiciar varias escuchas de discos o artistas, que van pasando por nuestras orejas sin enterarnos, sin que nos dejen ninguna marca. Y, además, logramos que cuando realmente queremos escuchar música lo hagamos para disfrutar plenamente, evitando así el cansacio arrastrado de todos esos instantes acumulados de tener música incesantemente en nuestros oídos.

Treinta. Hacía falta un tercer número para dejar más curioso el título de la entrada... No. La verdad es que también tiene su significado. Representan los años, concretamente los míos. Como ya he dicho al inicio de esta entrada, este tipo de celebraciones, como los cumpleaños, no van conmigo. En esta ocasión, esta cifra redonda, treinta, ha tenido mayor resonancia. No por el día en sí del cumpleaños, que no deja de ser para mi un día más, aunque este año tubiera algún componente especial, sino porque es inevitable que llegados a esta cifra, a esta edad, uno piense y se plantee muchas cosas. En el mismo día, como digo, no. Pero durante el año anterior algunas han sido las reflexiones y todo parece indicar que en las próximas fechas habrá más... Por lo que esta simple e inofensiva cifra está todavía dando guerra.

Tres cifras, tres historias...