El Sant Jordi: la puerta al Infierno

Día lluvioso, un sol escondido tras las amenazantes nubes negras. Cansancio, frío, lluvia; nada es apetecible hacer en un día así. Pero, hay que subir a la montaña; hay que hacer el peregrinaje hacia el santuario del Sant Jordi en busca del deseado, durante mucho tiempo, maná. El camino es largo y angosto, pero ya estamos a cubierto, a salvo de la tormenta. No hay que preocuparse por nada, tan sólo cabe esperar.

Se hace la oscuridad, se hace el silencio. Ya vienen. Sentimos sus vibraciones, se hacen notar sus rugidos. Se acercan, cada vez más. El tren de la locura viene a toda marcha, tirado por la locomotora infernal. Nada ni nadie lo puede parar. El estrépito de sus ruedas sobre los raíles son como cuchillas en los oídos. No dejan de alimentar el fuego de la locomotora con buenas dosis de carbón. Más rápido, más potente. Una máquina imparable. Lo inevitable sucede: en el furor y éxtesis del loco viaje, el tren descarrila abriendo una puerta dimensional y apareciendo en nuestro santuario. Los Dioses han llegado.

Empieza el ritual con el Rock N'Roll Train, como no podía ser de otra manera con tal aparición en escena. El sonido es ensordecedor, bestialmente elevado para que todas las almas sean entregadas. Brian Johnson dirige la ceremonía. Pero el que mueve los hilos, el cabecilla, la mente pensante, el auténtico gurú es Angus Young. Con su guitarra afilada hace las delicias de su legión de fans sumiéndolos en un estado de catársis a lo largo de dos horas y arrastrándolos hacía el lado oscuro. Rejuvenecidos tras pactar con el diablo, su entrega y hambre a victoria es total.

Nos recuerdan que han vuelto de negro con el Back in Black. Con el inicial riff del Thunderstruck nos regalan un estremecedor trueno que se inserta directamente en nuestros corazones. El ambiente está muy caldeado, la temperatura sube sin cesar. Todo está al rojo vivo, la llama no se puede apagar. Un poquito de hielo vendría bién, pero hielo negro, Black Ice. Tiempo de jugar a póquer, en una partida desigual donde ellos tienen todas las cartas bajo las mangas, tienen las de ganar con The Jack. A lo lejos suenan las campanas, no son las campanas de la Catedral que cantaban Medina Azahara. Son las campanas del infierno que repican marcando nuestro destino, Hells Bells. Con War Machine, nos cuentan como tendrían que ser las guerras: de guitarras, música y chicas bellas. Nos sacuden de lo lindo con el You Shook Me All Night Long. Y con una buena dosis de dinamita, de explosivos colocados en todo el pabellón, se produce la gran explosión de la noche: T.N.T.

No hay vuelta atrás, la puerta del infierno está bién abierta de par en par, y uno tras uno van cayendo las almas en sus manos. Para presentarnos a una chica muy mala en Whola Lotta Rossie. Y finalizar con chulería, con la suciedad rockera, con la esencia de todo; si el inicio era la oscuridad y el silencio, llegó la hora de una nueva génesis, Let There Be Rock; Brian gritó: qué se haga la luz! Y la luz se hizo. Gritó: qué se haga el sonido! Y el sonido se hizo. Siguió con un: qué se hagan los tambores! Y los tambores surgieron. Continuó con: Qué se hagan la guitarras!! Y sí, las guitarras aparecieron! Gritó desgañitándose: Qué se haga el Rock!!! Y el Rock se hizo!!!!

Los fieles seguidores estábamos extasiados ante tan majestuoso recital. Todavía nos temblaba todo cuando nos mostraron el camino a seguir: el camino hacia el infierno, donde no hay nombres, no hay egos, no hay ni buenos ni malos, no hay mejores ni peores, simplemente hay Rock, y delante del Rock todos somos iguales; con un salvaje Highway to Hell certificaban que estábamos ante una de las mayores demostraciones de poderío, de fuerza y energía que nunca se hayan visto sobre un escenario. Y, como auténticos gladiadores en un circo romano, nos ofrecieron su saludo entre cañonazos y fuegos de artificio con el For Those About to Rock (We Salute You).

Ahora sí, con su bendición, nos pudimos ir en Paz.